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15-02-2011
EN PRIMERA PERSONA
Algunas sensaciones que se experimentan después de sufrir un episodio del que antes fui cronista y ahora un damnificado.
Todos los manuales que se han escrito sobre periodismo señalan que cuando se inscribe un artículo debe tener un estilo impersonal, lo que resulta poco probable de cumplir en este caso ya que se trata de algo en lo que resulte damnificado. ¿Cómo no escribir en primera persona si robaron en mi casa?

En más de 20 años que trabajo como periodista, de los cuales 15 han transcurrido en Alberti, me tocó contar en tercera persona los hechos delictivos que afectaban a otras personas. No crean que porque se trataba de otros, uno se solidarizó con la situación e hizo lo que humana y profesionalmente estuviese a su alcance para poder demandar respuestas. Hago esta salvedad porque esta situación se presta para que alguien piense que como me tocó a mí adopto una actitud diferente a la que asumí cuando sucedió en lo de un vecino.

El tratamiento fue el mismo, en ningún momento abordé un hecho que me involucre en forma particular de manera diferente. Me mantuve siempre en una línea y es la que pienso seguir mientras ejerza esta actividad. No obstante uno que le ha tocado cubrir robos en los que resultan afacetados los vecinos, los amigos, los parientes, encuentra en esas situaciones a la gente en estado de vulnerabilidad y de shock, y el caso nuestro no es la excepción.

Esas sensaciones ahora son propias. Hubo que tomar distancia para poder acomodar las piezas y volver a andar. Quizá algún engranaje está funcionando pero no de la manera que lo venía haciendo. Supongo que es cuestión de tiempo, así me lo han hecho saber aquellos que en su momento lo padecieron.

Haber sido cronista de otros hechos y siendo hoy parte afectada en este robo, no puedo menos que contar algunas sensaciones que tengo y que están relacionadas con el antes y el después de este episodio. De manera sistemática me negué a colocar rejas porque utilizaba como argumento que quienes debían estar detrás de las rejas eran los que delinquían, hoy la realidad me lleva considerar que hay que tomar recaudos mayores, sobre todo si se trata de la protección de la familia.

En pocos minutos se alteró todo, la tranquilidad del hogar (no sólo por lo que revolvieron), el comportamiento de los chicos y la actitud de los adultos. A partir del hecho se encienden más luces, se toman más precauciones y hasta se piensa en no dejar ningún objeto que tenga valor a expensas de un posible segundo robo. ¿Se habrá cometido en la misma casa particular más de un robo?

Todo lo que nos dicen es objeto de análisis. Los que pasaron por el frente, los que estuvieron y los que por alguna causa entraron a mi casa. Me niego a pensar que aquel que es bienvenido en mi hogar tenga que ser sospechado por este hecho. En mi casa entra el que quiero y como tal así debe sentirse.

Son muchas las sensaciones, algunas conocidas por aquello que conté de mi trabajo. Otras, en cambio, son propias de la experiencia. Los temores no hay que negarlos, sobre todo aquellos que están relacionados con lo que podría haber pasado con mi familia si las circunstancias hubiesen sido otras y los que entraron no salían antes del regreso.

Las conjeturas están a la orden del día. Los apoyos son infinitos y no se puede menos que retribuir con gratitud. Nada es como era entonces, hay un antes y un después del robo. Algo que puedo contar en primera persona porque en esta oportunidad me tocó ser el afectado.


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