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18-01-2016
ANDREA JULIÁ EN EL SUPLEMENTO MUJER DE CLARIN
La actriz contó su historia de trotamundos del teatro que comparte junto a su esposo Horacio Medrano y a sus hijos.
A continuación reproducimos la nota publicada por el Diario Clarín en el Suplemento Mujer sobre la actriz que pertenece al grupo Teateatro.


Andrea Juliá (53) es actriz, autora, docente y productora ejecutiva del Grupo Teateatro, una compañía que conduce con su marido y con la que viaja desde 2007 poniendo obras en escena con su troupe familiar. Es decir, con Rodrigo, Milena y Gisela –sus hijos– que siempre han sido parte del elenco haciéndose cargo de los más diferentes roles, ya sea entre bambalinas o en el escenario.

Hasta ahora, son catorce países por los que pasaron –sin contar provincias y ciudades de la Argentina– cosechando premios y aplausos. Y no hay dudas: “el clan”, radicado en la ciudad de Buenos Aires, se adecuó a un estado de gira constante, sin por eso salirse de lo que podría llamarse “una vida normal”.

La ampliación del horizonte

“Cada vez que nos aparece un viaje, una gira, ya sea por un festival o una invitación, tomamos en cuenta las prioridades de cada uno, entonces decidimos quién viene o quién se queda. Por ejemplo: nunca dejamos de tener en claro que no se puede faltar a la escuela y acumular faltas gratuitamente, porque después esos días los necesitamos para poder irnos de gira. Por varios países ya pasamos dos, tres o más veces, para no hablar de Brasil, en donde estuvimos en ocho oportunidades con nuestras obras”, cuenta Andrea con una felicidad que le agranda los ojos y la sonrisa.

“Estando de viaje hemos pasado cumpleaños, días del padre, siempre hubo alguna fecha especial que nos encontraba en alguna parte que no era nuestra casa. Yo creo que a nuestros hijos, con este ir y venir entre países, ciudades, en este contacto con gente de distintas maneras de ser y culturas se les amplió la percepción, la capacidad de comprensión, el horizonte. En casa todos siempre supimos de qué se trata nuestra vida y así fueron creciendo ellos y, por supuesto, también nosotros”.

Cuando dice “nosotros”, Andrea se refiere al padre de sus hijos, con el que llevan 33 años juntos. Él –¿podía ser de otro modo?– es Horacio “Pucho” Medrano, un histórico del teatro que además de “actuar” como padre y marido es el director de gran parte de las obras que presentan en cada escenario.

Giras y malabares

Cabe preguntarse cómo se puede, en estos tiempos de vértigos y estresazos para las familias más programadas o más “estables” –si las hubiese– ser madre al ritmo de un estado de gira permanente. “Mirá, no creo que haya un manual para ejercer la maternidad, una fórmula. Yo, como madre, no soy para nada de esas que se mueren por llevarlos a la plaza, no; eso lo hizo mi mamá, la abuela de los chicos. Ni contarles cuentos. Yo los acompañé mucho. Puedo estar en diez mil cosas al mismo tiempo, ensayos, estudiando un texto, dando clases, viajando, pero siempre supe y sé qué prueba tiene que rendir uno, qué cumpleaños tiene la otra, quién se va a ver con el novio o la novia. Nunca fui de esas mamás que les abren la mochila para hurgar y controlar. Les estuve encima, pero acompañándolos. Soy una mamá a full. Y ojo, estuve muchísimos años arreglándomelas sola, quiero decir, sin niñera ni una señora que me ayude en la casa. Viví haciendo malabares. Para mí era lo más normal ir entre función y función a buscar a alguno de los chicos, llevarlos y volver corriendo”.

Rodrigo (24), Gisela (21) y Milena (16): la troupe creció respirando teatro, montajes, ensayos y viajes. “Para nosotros, mi mamá fue una aliada espectacular, nos dio una gran mano cada vez que, por ejemplo, nos íbamos solos con Pucho. Ella se quedaba con los chicos y yo le dejaba un organigrama pegado en la puerta de la heladera con días y horarios de las cosas que tenía que hacer cada uno. Hijo por hijo, todo muy minucioso, con todas las actividades. Y cuando me iba yo con algunos de los chicos y el que se quedaba era Pucho él se hacía cargo del organigrama”.

¿Todo por amor al arte? ¿Una perfecta sociedad familiar en la que el hombre..? Stop. “Mirá, por las dudas, te digo: no creo en eso del ‘hombre que ayuda a la mujer’. No, para mí hay dos que tienen que hacer algo. Lo que los hijos necesitan simplemente es amor. Pucho y yo supimos correr nuestros egos y dedicarnos a eso, a lo que había que hacer. Siempre pusimos por delante la familia, con ese criterio nos manejamos.”

Elenco estable

¿Qué papeles juegan Rodrigo, Milena y Gisela en cada uno de esos viajes? “Depende de las obras”, distingue Andrea. Y por lo que cuenta, ellos no se achican con nada. Actúan, asisten con la iluminación, la escenografía, con la utilería o salen a la calle a repartir volantes para promocionar las funciones. Rodrigo, hoy estudia cine y se desempeña como asistente de dirección en otras obras además de las de su familia. “Tiene un gran sentido de la responsabilidad. Melina también se definió por la actuación. Los tres fueron al Instituto Vocacional de Arte, el IVA. Milena, ya a los diez años trabajó en una obra que hicimos para Teatro por la Identidad y viajó con nosotros por Brasil, Colombia, Venezuela y muchos lugares de la Argentina. Gisela, la del medio, que ahora se recibe de recreóloga, también: ella es la voz de Secretos (no hay paz en los océanos cuando muere un niño en la tierra) , otra de nuestro repertorio”. ¿Anécdotas? Miles, y emociones más: “Una muy fuerte fue con La fórmula (¿quién la tiene?) , una infantil (foto), que presentamos en Colombia en 2013 y en la que trabajaron los tres juntos. En ese viaje hicimos siete funciones con tres obras para tres mil espectadores. ¡Lo que más le impactó al público infantil fue que éramos mamá e hijos!”.

El comienzo de todo

El historial de las giras registra un repertorio de seis títulos. Se destaca Abanico de soltera, un homenaje a García Lorca que mereció los premios ACE y Estrella de Mar y los obtenidos en numerosos festivales internacionales. Escrita e interpretada por Andrea, el texto fue traducido al inglés y al portugués. Invitada a determinar el origen de su pasión por “las tablas”, recuerda a su padre, Antonio Juliá, locutor y periodista, a su madre, Julia Piccardo, “la abuela gamba” y también actriz, y al día que con quince años pisó por primera vez un escenario en el Teatro de la Rivera para ensayar un pequeño papel para una obra infantil: “Cuando vi desde ahí la platea, el teatro, me largué a llorar. Yo quiero ser esto, me dije. Y desde ese momento nunca paré, todos los años de mi vida estuve arriba de un escenario”. Después, el azar –supongamos– quiso que conociera “al compañero mi vida” cuando estudiaba en el Conservatorio Nacional de Teatro.

“Pucho era mi profesor de cuarto año. Ahora, él es director del Instituto de Teatro de Avellaneda y profesor de actuación y dirección teatral”. Por su parte, hace treinta años que Andrea ejerce también la docencia –”en realidad esa es nuestra principal fuente de ingresos”– en el área de corporal y vocal en el ex IUNA, actual Universidad Nacional de las Artes y, como para que no haya dudas de su naturaleza viajera, cada 15 días se “corre” hacia Gualeguachú, para dar clases en la Universidad Autónoma de Entre Ríos.

“Nuestra familia es así”

El barrio de San Cristóbal fue y sigue siendo el “pago chico” de Andrea en la ciudad que ama. “Pero siempre digo que para vivir en Buenos Aires hay que estar todo el tiempo yéndose”, apunta como para terminar de explicar esa inercia por el movimiento perpetuo en compañía de los suyos. “Te aseguro que es muy fuerte estar de pronto en el Memorial de San Pablo y, a la semana, montando la escenografía en un teatro de Temperley, con un piano que no se puede sacar del escenario. O, en Cuba, preparando las luces, y que alguien escuche a Rodrigo diciéndome mamá y le pregunte, asombrado, si soy efectivamente la madre, y él respondiéndole con naturalidad: ‘Sí, ella es mi mamá y el director de la obra es mi papá’. Yo no me puedo olvidar del día que Milena, siendo muy chiquita, cuando terminó una función y la gente aplaudía, desde la platea empezó a retarme porque en una parte me había equivocado la letra. ¡Y tenía razón!”.

El anecdotario incluye aviones que se les escaparon o demoras interminables, cuando no extravíos del baúl del 1900 en el que va la escenografía. Pero sobresalen los vínculos. “Hacemos amigos maravillosos. A “Los Fi Auch”, una compañía de actores, los conocimos con Pucho en 2012, en Chile; al año siguiente, estaba con Milena y los reencontré en el Festival de Maracaibo, en Venezuela, y después, en 2014, con Gisela y Rodrigo nos descubrimos en el mismo hotel de Barranquilla, en Colombia. Es una camaradería maravillosa. El mundo del teatro tiene una intensidad especial y es, al mismo tiempo, el acto mentiroso más verdadero y más mágico que existe”.

Y la gira sigue

La próxima escala, casi seguro, será el Festival Internacional de Caracas a donde Andrea tiene planeado viajar con Rodrigo; para abril prevén estrenar un nuevo material en la ciudad de Alberti, provincia de Buenos Aires, donde Pucho fue distinguido como personalidad destacada de la Cultura. “Pero con relación a nuestros hijos, tengo que decir que yo siento que están capitalizando toda esta movida para su crecimiento personal, profesional, humano. Y esta es una de nuestras mayores felicidades”.
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