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08-08-2022
LA ESCLAVITUD MODERNA
Otra nota de opinión de Emanuel Bibini, en este caso poniendo el acento en cómo vive el hombre moderno.
¿Hemos aceptado, sin más, que lo “moderno” —entendido esto como lo actual— siempre tiene que ser mejor que lo anterior?, también esta idea puede ser llevada al otro extremo: ¿vamos a decir que absolutamente todo lo pretérito era mejor? (respecto de esto último, el sabio rey Salomón decía: “Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueran mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría”. —Eclesiastés VII:X—). A mi entender, se refiere la introspección personal del sujeto, en la que este piensa que siempre antes le iba mejor, ¿nos acontece?

La actualidad presenta un escenario insalubre en la forma de vida de la mayor parte de las personas. Vivimos sumidos en una enfermiza vorágine de actividades (la mayor parte de ellas indispensables para la sobrevivencia), y cada vez pareciera que contamos con menos tiempo para nuestra realización personal —entendida esta en sentido amplio—. Es decir que el tiempo de trabajo de las personas —y, por tanto: el tiempo de las personas— pareciera valer cada vez menos. Y, para el voraz sistema capitalista en el que vivimos, donde todo se trata de maximizar ganancias (para unos pocos), efectivamente el tiempo de las personas vale menos. Y mientras menos valga —para el sistema—, mejor.

Es irónico pensar que en la época en la que la información (seria o no, verídica o no) corre y se divulga en cuestión de instantes a través de internet, la sociedad pareciera estar alienada en su conjunto sobre la condición en la que se encuentra. Es decir, la mayor parte de la población no puede si quiere pensar en comprarse una casa, un auto, salir de vacaciones una vez al año, ahorrar (estas cosas que eran básicas en un Estado de bienestar, pasaron a ser un lujo que pocos se pueden dar). Sin embargo y a pesar de esto, no parece que nos sea fácil tomar magnitud, entonces, de la gravedad de esta situación en la que estamos sumidos.

Nos la pasamos mirando fotos de las celebridades paseando en lujosos hoteles de Europa, New York, etc., miramos sus discusiones frívolas en la televisión, o sabemos acerca de sus divorcios con millonarias divisiones de bienes, e ignoramos —tal vez adrede— cómo se derrumban miles de sueños y proyectos de vida entre nuestros compatriotas, y cómo la desesperanza es una cuestión generalizada. Acudimos a los psicofármacos para “parar la cabeza”, pero el cuerpo en la fábrica, en el campo o en la oficina tiene que seguir cumpliendo las mismas horas para que cada vez valga menos el esfuerzo. E intentar trabajar más horas (cosa que antes servía para poder hacer algún gasto extra) ahora tiene como fin mantener, al menos, la misma calidad de vida en términos económicos que se tenía antes trabajando lo ordinario —8 horas—, y pareciera que ahora, aunque la gente trabaje más, el dinero le alcanza menos. Leemos libros de autoayuda para sentirnos mejores con nosotros mismos, pero eso no ayuda a que cambiemos las verdaderas condiciones de nuestras vidas. Hasta pareciera que hay gente muy interesada en que nos sintamos mejores con nosotros mismos, y de eso modo ni se nos ocurra cuestionar este sistema esclavista.

Esta nueva forma de esclavitud atenta directamente contra la dignidad humana. La sociedad es esclava de este sistema en el que el sujeto no es dueño ni de su tiempo. Los esclavos de la antigüedad, sabían que tenían dueño y sabían quién era su dueño. O sea que, a pesar de sus pésimas condiciones de vida, ellos, a diferencia de nosotros, conocían su condición.

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