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11-12-2011
VIOLENCIA EN LA MENTE
El origen de las conductas violentas en los humanos ha sido un tema importante de investigación en filosofía, sociología, biología, psicología y psiquiatría. En fechas más recientes, se han sumado a este esfuerzo la neurobiología y la neurofisiología, que buscan en el cerebro las claves para estudiar y prevenir la violencia.

La doctora Feggy Ostrosky, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología de la UNAM (FPSI-UNAM), y experta en las bases biológicas de la violencia humana, señala que “nacemos con una predisposición a la agresión, para posteriormente aprender cuándo podemos y debemos expresar o inhibir estas tendencias”.
Agrega que la perspectiva biológica nos indica que “la agresión es inherente al ser humano como medio de supervivencia”; un comportamiento con fines de adaptación, seleccionado durante la evolución.

Las bases biológicas de la conducta agresiva están reguladas por ciertas estructuras cerebrales y por los mensajeros neuronales: las hormonas y los neurotransmisores. Feggy Ostrosky precisa que estos mensajeros no producen por sí mismos la conducta agresiva, por lo que aquí entra la importancia del aprendizaje social en la modulación o en la manifestación de
esta conducta.

La agresividad no necesariamente es violencia. La agresión incluso puede ser positiva, cuando se trata de una “reacción espontánea y breve para protegernos de algún peligro que nos acecha”. En este sentido, la agresión “positiva” cumple con una importante función biológica y evolutiva. Por el contrario, la agresión negativa, o violencia, según la define la OMS, es “el uso intencional de la fuerza física o del poder, en los hechos o como amenaza, en contra de uno
mismo, de otra persona o de un grupo o comunidad, y que tiene como resultado una alta probabilidad de producir, lesiones, muerte, daño psicológico, problemas en el desarrollo o privaciones”.

En el caso de los agresores sexuales presentan más alteraciones en los lóbulos temporales, mientras que las deficiencias metabólicas de glucosa en el lóbulo central parecen estar relacionadas con actos impulsivos de corte agresivo. El flujo frontal se ve reducido en alcohólicos con trastornos de personalidad de carácter agresivo. Parece suficientemente demostrado que el funcionamiento de las áreas cerebrales identificadas está relacionado con las conductas violentas en exceso; sin embargo no queda definitivamente aclarado el por qué de las diferencias entre el criminal frío y el pasional. Ambos grupos de asesinos, depredadores y afectivos, presentan muy altas tasas de actividad en las zonas subcorticales, de la amígdala, el hipocampo y el subtálamo, que, en definitiva, son estructuras más primitivas que la corteza, productoras de impulsos libres de modulación. Se ha visto que las lesiones en áreas prefrontales se traducen en comportamientos arriesgados, irresponsables, transgresores de las normas, con predisposición clara a los actos violentos. La personalidad de los afectados en el frontal se ve afectada en el plano de la madurez, hay falta de tacto en la evaluación de las conveniencias sociales y predisposición a la respuesta desproporcionada. Hay una pérdida de la flexibilidad intelectual y de la capacidad de razonar a partir de la elaboración de la información verbal.

Hay una especie singular de individuos violentos, el psicópata, que vive de manera instrumental, depredadora y a sangre fría. Estos sujetos parecen no codificar adecuadamente los mensajes emocionales emitidos a través del lenguaje. El enfado, la rabia, la ira, son estados del ánimo desencadenados por la percepción sensoperceptiva, que tenemos todos. Algo que nos viene de fuera es analizado como potencialmente lesivo y tendemos a neutralizarlo, rechazarlo o destruirlo. Por el contrario, el psicópata no se para a elaborar los contenidos neutros o significativamente emocionales del lenguaje; responde atacando siempre.
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