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02-02-2012 |
EL CACEROLAZO QUE FUNCIONÓ |
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Entre las pocas cosas que relacionan a un país como Islandia con Argentina, podemos señalar que ambos son actores periféricos del concierto de naciones, la fascinación de Jorge Luis Borges por las sagas de aquel pais, y la serie de televisión infantil LazyTown, creada por Magnús Scheving -un gimnasta campeón y director ejecutivo que también protagoniza la serie-.
Pero también nos unen una forma de quejarse: el “Cacerolazo”.
El cacerolazo es definido como una forma de manifestación, autoconvocada espontáneamente por un grupo de personas o ciudadanos, o bien respondiendo al llamamiento de una fuerza política u otra organización, generalmente en contra de un gobierno o de determinadas decisiones o políticas gubernamentales, y más raramente en pro de una causa.
Su característica más destacada, y que la distingue de otros tipos de protesta, radica en que los manifestantes manifiestan su descontento mediante ruido acompasado, a una hora acordada de antemano (o en otros casos en forma espontánea), desde sus propias casas y sin necesidad de concentrarse en un lugar determinado, asomándose a ventanas y balcones, y blandiendo rítmicamente los objetos que tienen a mano (comúnmente, cacerolas, ollas y otros utensilios domésticos; de ahí su nombre), pudiendo de esta manera alcanzar la protesta un alto grado de adhesión y participación.
Increiblemente, el cacerolazo también llegó a Islandia. Cocinada a golpes de un descontento popular, sin banderas ni partidos, la protesta se sostuvo sobre el fuego lento del desempleo y la ejecución hipotecaria.
El gobierno de Islandia, una pequeña isla del norte de Europa de 320.000 habitantes, se convirtió así en la primera administración que cayó por los efectos de la crisis financiera mundial, al haber sustentado su bonanza económica en el sector bancario.
A causa de la crisis, el gobierno tomó el control de los tres primeros bancos del país para paliar su falta de liquidez y salvarlos de la bancarrota, pero la inmovilización de los depósitos -o corralito- indignó a los islandeses, muchos de los cuales perdieron su empleo y ahorros.
Mientras bancos, y autoridades locales y extranjeras buscaban a la desesperada soluciones económicas, el pueblo islandés se echó a la calle y con sus insistentes manifestaciones diarias frente al parlamento de Reikiavik provocó la dimisión del primer ministro Geir H. Haarden, y de todo su gobierno en bloque.
La presión ciudadana islandesa también consiguió redactar una nueva constitución y meter en la cárcel a los banqueros y altos ejecutivos responsables de la crisis del país.
En Islandia, el pueblo ha hecho dimitir a un gobierno al completo, se nacionalizaron los principales bancos, se decidió no pagar la deuda que estos habían creado con Gran Bretaña y Holanda a causa de su mala política financiera y se creo una asamblea popular para reescribir su constitución. Y todo ello de forma pacífica. Toda una revolución contra el poder politico y economico.
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